viernes, 11 de enero de 2013




EL  HOMBRE  QUE  FUE  EN  BUSCA  DEL  MIEDO.
Érase una vez un carpintero que tenía dos hijos.
El mayor era trabajador, responsable y obediente. El menor, al contrario, era distraído e insensato.
En todas las tareas la responsabilidad y buen hacer del mayor destacaban sobre la desobediencia y distraída actitud del pequeño.
Además había otra característica que diferenciaba a ambos hermanos.
El hermano mayor conocía el miedo y no le agradaba salir por las noches por miedo a los aullidos de los lobos que trasladaba el viento a través de los bosques. Por su parte su máxima aspiración era llegar a conocer el miedo, sentir escalofríos y que la piel se le pusiera de carne de gallina.
Con esas el padre, un buen día, cansado de la actitud de su hijo menor decidió mandarle fuera de casa, para que se ganara la vida y eligiera su rumbo y porvenir.
El joven, pronto intentó buscar el miedo, pero no había manera ni con gatos grandes y peludos como osos, ni con perros furiosos y rabiosos, ni con apariciones de fantasmas, ni encerrado en un castillo de los terrores tres noches seguidas. . . fue capaz de conocer el miedo y sufrir el más pequeño de los escalofríos. Ni con ataques de monstruos ni con camas voladoras, el menor de los dos hermanos no sentía miedo.
Y así logró hacerse amigo del monstruo del castillo que le enseñó el sótano donde estaban los cofres llenos de tesoros de oro y piedras brillantes.
Entonces el horripilante monstruo le dijo que uno de los cofres habría de ser para los pobres y el resto para el dueño del castillo que hubiera sido capaz de dominar todos los sustos y los miedos. Dicho esto el monstruo desapareció.
Presentándose ante el rey, el joven valiente vio reconocido su inmenso valor y premiado con poder vivir en el palacio real.
En ese palacio llegó a conocer a la princesa de la que se enamoró y con la que se casó.
Su bella esposa y princesa queriendo ayudar a su reciente esposo para que conociera el miedo tuvo una idea.
Pidió un barreño que llenó de agua y sobre la que echó cien pececillos del estanque. Luego por la noche dejó el barreño a la intemperie para que se helara el agua y cuando más profundamente dormía el joven príncipe, el mismo que no conocía el miedo ni el escalofrío ni la piel de gallina, le arrojó el cubo entero sobre él . . . asustándole por la sorpresa y dejándole tiritando con continuos escalofríos por el remojón de agua congelada.
Así, al fin, el hombre que iba en busca del miedo, lo encontró. . . gritando, en plena noche, tiritando de frío y de susto. . . sin poder adivinar que era lo que le había caído encima. . . mientras dormía confiado.  

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