EL HOMBRE
QUE FUE EN
BUSCA DEL MIEDO.
Érase una vez un
carpintero que tenía dos hijos.
El mayor era trabajador,
responsable y obediente. El menor, al contrario, era distraído e insensato.
En todas las tareas la
responsabilidad y buen hacer del mayor destacaban sobre la desobediencia y
distraída actitud del pequeño.
Además había otra
característica que diferenciaba a ambos hermanos.
El hermano mayor conocía
el miedo y no le agradaba salir por las noches por miedo a los aullidos de los
lobos que trasladaba el viento a través de los bosques. Por su parte su máxima
aspiración era llegar a conocer el miedo, sentir escalofríos y que la piel se
le pusiera de carne de gallina.
Con esas el padre, un buen
día, cansado de la actitud de su hijo menor decidió mandarle fuera de casa,
para que se ganara la vida y eligiera su rumbo y porvenir.
El joven, pronto intentó
buscar el miedo, pero no había manera ni con gatos grandes y peludos como osos,
ni con perros furiosos y rabiosos, ni con apariciones de fantasmas, ni
encerrado en un castillo de los terrores tres noches seguidas. . . fue capaz de
conocer el miedo y sufrir el más pequeño de los escalofríos. Ni con ataques de
monstruos ni con camas voladoras, el menor de los dos hermanos no sentía miedo.
Y así logró hacerse amigo
del monstruo del castillo que le enseñó el sótano donde estaban los cofres
llenos de tesoros de oro y piedras brillantes.
Entonces el horripilante
monstruo le dijo que uno de los cofres habría de ser para los pobres y el resto
para el dueño del castillo que hubiera sido capaz de dominar todos los sustos y
los miedos. Dicho esto el monstruo desapareció.
Presentándose ante el rey,
el joven valiente vio reconocido su inmenso valor y premiado con poder vivir en
el palacio real.
En ese palacio llegó a
conocer a la princesa de la que se enamoró y con la que se casó.
Su bella esposa y princesa
queriendo ayudar a su reciente esposo para que conociera el miedo tuvo una
idea.
Pidió un barreño que llenó
de agua y sobre la que echó cien pececillos del estanque. Luego por la noche
dejó el barreño a la intemperie para que se helara el agua y cuando más
profundamente dormía el joven príncipe, el mismo que no conocía el miedo ni el
escalofrío ni la piel de gallina, le arrojó el cubo entero sobre él . . .
asustándole por la sorpresa y dejándole tiritando con continuos escalofríos por
el remojón de agua congelada.
Así, al
fin, el hombre que iba en busca del miedo, lo encontró. . . gritando, en plena
noche, tiritando de frío y de susto. . . sin poder adivinar que era lo que le
había caído encima. . . mientras dormía confiado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario