Hace muchos años un
pescador vivía con su mujer y su hijo pequeño en una pobre cabaña junto al mar.
Era un pescador con mala
suerte que nunca pescaba lo suficiente.
Aunque un buen día, al
sacar la red, vio que había atrapado un gran pez, enorme y muy bonito.
Ante el asombro del
pescador el pez le dijo que, en realidad, era un príncipe encantado y que debía
volver al mar.
El pescador que era muy
bueno le soltó y le dejó libre. Entonces el pez le dijo que pidiera un deseo
que se lo concedería.
El pescador se lo dijo a
su mujer, lo que le había pasado, y entonces, ésta, le dijo que quería ser la
dueña de un palacio muy hermoso, ¡deseo concedido!, luego se cansó del palacio
y pidió el sol y la luna y también ¡deseo cumplido! . . . pero con todo no se
sentía feliz.
Entonces el pez desde su
cueva en el fondo del mar concedió un tercer y no pedido deseo. Le concedió el
Amor, y gracia a ese don recibido del pez que era un príncipe encantado, la
mujer del pescador, el pescador y el hijo de ambos se abrazaron y fueron
felices para siempre.
El último y tercer deseo
había sido el mejor y ya nadie se acordó de los primeros deseos que no había
satisfecho a la humilde familia de pescadores que, desde entonces, fueron
felices y comieron perdices.
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